Nací en octubre de 1569, en Irlanda. Luego de tres años, mi familia se fue a España en busca de nuevas oportunidades. Allí me crié desde los tres hasta los diecisiete años. Mi familia era parte de los grandes mercaderes del reino, llevábamos una vida próspera y de lujos. Mi vida era excepcionalmente hermosa, pero siempre viví carente de algo llamado “amor”. Tenía una hermana llamada Charlotte que a sus diecinueve años ya estaba casada y tenía dos hermosas hijas. Siempre había sentido cierta envidia hacia ella, pero lo ocultaba bastante bien con una sonrisa.
Justo dos meses antes de cumplir dieciocho, la pesadilla comenzó.
Mis padres habían arreglado un matrimonio con un duque de mala muerte. Era casi veinte años mayor que yo y ya había tenido tres esposas que habían muerto de forma misteriosa. Era una pesadilla y aunque él les había asegurado a mis padres que solamente era cosa del destino la muerte de sus esposas, yo sabía muy bien que él se casaba conmigo por la gran suma de dinero que mis padres acumulaban. El amor no contaba.
Yo ya estaba enamorada cuando me casé con Mateo de Mérida. Mi gran amor había sido Baltazar Valencia, un joven de familia acomodada, pero que mis padres desaprobaban totalmente, ya que no cumplía con las expectativas que ellos querían. Le amaba profundamente, pero aquello no bastó para librarme de mi inminente sentencia.
Las cosas iban mal. Cada noche me escapaba furtivamente e iba al bosque a juntarme con Baltazar. Las pocas horas que pasábamos juntos no me bastaba, las caricias cada vez se hacían más cortas y cada vez era más difícil el separarnos. Nos prometíamos cada noche el estar juntos a pesar de todo y que si alguno le llegaba a ocurrir algo, el otro lo seguiría.
Y al parecer eso se cumplió.
Esperé que Mateo se durmiera para salir, pero mis intentos fueron frustrados ya que al salir de mi residencia, Mateo me esperaba con escopeta en mano. Grité y lloré, y le expliqué que no le quería y que amaba a otro, pero aquello no me salvó.
—¡Bruja! ¡Bruja! —gritó a todo pulmón y todos los vecinos salieron a verme—. Esta mujer es una bruja —no faltaron más explicaciones, mi muerte ya estaba anunciada.
Al día siguiente me llevaron a la hoguera. Pude ver que Baltazar estaba ahí, viendo mi muerte. Lo último que recuerdo fue su rostro, difuso por las llamas.
Vagué por años en el mundo de los vivos, sin saber que realmente hacer. Mi amor por Baltazar aún seguía después de la muerte. Lo busqué pero supe que él había muerto, siguiéndome. Pero el no vagaba como yo, él estaba en aquel lugar del cual todos hablan: el cielo.
No sabía si habían pasado años o meses de mi muerte. Quizá siglos. Pero un día, una luz cegadora me envolvió por completo, transportándome a otro lugar.
Una voz resonó fuertemente, tenía una voz suave y profunda, casi musical.—Tienes una misión por cumplir… —dijo aquella voz y se materializó en un hombre anciano que vestía de blanco.
—¿Quién eres? —pregunté curiosa. El hombre negó suavemente con la cabeza
—No preguntas, Cristtine —dijo con la misma voz suave y profunda—. En este momento estás en un lugar de transición. Has vagado por mucho tiempo sin razón ni motivo aparente en el mundo de los vivos; ahora tienes una misión por cumplir en el mundo —tragué fuertemente—. Tienes que ayudar a los otros a encontrar su alma gemela y hacer que nada ni nadie los separe. Que no les ocurra lo mismo que a ti y a tu amado —sentí mis ojos arder, pero me controlé—. Serás una enviada mía, un ángel que tiene la misión en la tierra…
—¿Seré inmortal?
—Lo serás, Cristtine. Tienes que ayudar a los hombres hasta el fin de los tiempos.
—¿Y Baltazar? —su nombre quemó mi garganta.
—Tú sabrás distinguirlo de los demás mortales —dijo el hombre y desapareció lentamente.
Volví a la tierra, pero ahora las personas me miraban y me saludaban; ya no era un alma en pena, sino que era un ángel disfrazado de mortal.
Y tenía dos misiones por delante: Ayudar a los demás a encontrar su alma gemela y encontrar a Baltazar.