Recuerdo la primera vez que sentí ese algo especial por un niño. Estaba en pre-kinder y era mi compañero de curso. No me acuerdo de su nombre, pero sí tengo una foto de nosotros bailando el Cuando para fiestas patrias. Y eso es todo lo que tengo de mi primer crush. Una foto de nosotros bailando.
Muchas veces he pensado en aquel niño, ese niño de muchos, pero que —a pesar de todo— fue el primero… en gustarme, ojo.
Siempre he estado en la busca del amor. Buscándolo por todos los rincones, calles, micros o redes sociales. Siempre he querido esa historia de amor de película —con algo de comedia dramática, pero historia de amor al fin—.
Después de muchos intentos fallidos, dejé de buscar. Y fue cuando realmente el amor tocó mi puerta y llegó. Sorpresivo y con una cesta de cupcakes que decía: “¡Hola! Creo que tu turno ha llegado”.
Fue en el momento en el que dejé de buscar, de dejar provocar yo las cosas, fue —exactamente— cuando las cosas comenzaron a suceder y comenzaron a tener sentido para mí. Todos esos intentos fallidos, sentimientos rotos, canciones cebolleras y… alguna que otra lágrima traicionera, tuvieron un real significado cuando vi que la vida me tenía algo mejor en el camino.
No se trata de buscar desesperadamente, sino de que las cosas tienen que pasar a su tiempo debido. A veces el amor llega pronto, otras veces se demora un poco más que al resto. No hay apresurarse. Cuando el amor llega, llega. Y la felicidad del nuevo amor también.